“Prohibo que en este país, del que yo poseo el poder y el trono, alguien acoja y dirija la palabra a este hombre, quienquiera que sea, y que se haga partícipe con él en súplicas o sacrificios a los dioses (…). Mando que todos le expulsen, sabiendo que es una impureza para nosotros”. Diálogo de Edipo en Edipo rey, de Sófocles.
Desde hace 25 siglos, Edipo es el hombre trágico por antonomasia. Un gobernante que enfrenta una crisis sin saber que él es la causa. Un ser humano que ha cometido incesto, porque ignora que su esposa es su madre; y que por tanto, aberrantemente, sus hijos son sus hermanos. Edipo es, en definitiva, una persona que de ninguna manera podrá escapar de su destino. Más aún: Edipo es el destino del que no ha podido escapar su padre.
El oráculo le ha dicho a Layo que morirá a manos de su hijo: es el castigo de los dioses porque él secuestró y violó a Crisipo (hijo del rey Pélope), quien, avergonzado, se ha quitado la vida. Ante la profecía, Layo decide matar a su niño y lo entrega a un sirviente para que lo abandone en el monte. Antes, le perfora los tobillos para atarle los pies. Edipo significa “pie hinchado”.
Pero el criado se apiadó y lo entregó a unos pastores. El niño creció ignorando la verdad, se topó un día con Layo sin saber que era su padre y que era rey, lo mató, volvió a Tebas, lo hicieron monarca y lo desposaron con Yocasta. Y feroces plagas se desataron. En ese punto, hay una tragedia dentro de la tragedia. Y ese pliegue está fundido con el poder.
Una muchedumbre se congrega ante el monarca para pedirle un remedio. Para conocer las causas de la desgracia que cae sobre Tebas, Edipo manda a su cuñado, Creonte, al oráculo de Delfos. La respuesta: la muerte de Layo, el rey anterior, no ha sido vengada y la sangre derramada amenaza toda vida en la ciudad. Entonces Edipo pide la colaboración del pueblo para hallar al homicida y fija que el castigo será el exilio. Después, su cuñado le sugerirá acudir a Tiresias, el vidente que es un no vidente, quien revelará con lenguaje poco claro que Edipo es el asesino que Edipo está buscando. El rey creerá que Creonte y el adivino ciego conspiran para quitarle el trono. Pero más tarde comprenderá que todas las profecías se han cumplido. Y él, luego de que Yocasta se quite la vida, se arrancará los ojos y se exiliará. Es, trágicamente, castigado con su ley...
En esa crueldad del destino, el mito de Edipo, anterior a la cristiandad y de una significación central para el psiconálisis, despliega su universalidad a través del tiempo. Y sus claves llegan hasta hoy. Y llegan hasta aquí…
Aquí, en Tebas
Todas las plagas fraudulentas se han cernido sobre Tucumán. En las últimas elecciones provinciales, a unas escuelas llegaban urnas que, antes de que se abrieran los comicios, ya estaban “embarazadas” de votos. Y de otros establecimientos, al cierre de la votación, salía humo de las mesas incendiadas. Afuera había tiroteos con gendarmes. Y autos acarreando votantes. Y punteros comprando votos en efectivo o con bolsones. En la Junta Electoral Provincial, del cuarto de custodia donde dejó de funcionar la cámara de seguridad por cortes de luz que EDET jamás registró, se recuperaron filmaciones de hombres afanados en refajar urnas que, según denunció uno de los empleados, habían llegado abiertas. Miles de tucumanos en las calles pedían una solución contra la peste de la ilegitimidad: volver a votar. La Cámara en lo Contencioso Administrativo les dio la razón y anuló la elección. Pero la Corte provincial -primero- y la nacional -después- validaron los resultados.
Apenas le calzaron la banda de gobernador, Juan Manzur prometió la reforma política. Su Gobierno, más tarde, compiló en el libro “Tucumán Dialoga” los aportes para establecer nuevas reglas de juego democráticas. Finalmente, se creó en la Legislatura una comisión de reforma política. En octubre, esta gestión cumplirá tres años y de la reforma política se ha hecho legítimamente nada. Es más, en el último encuentro, celebrado esta semana (apenas el quinto), sólo hubo un intercambio de chicanas. Cambiemos le endosó al oficialismo la factura por la parálisis de la reforma política. El PJ contestó que los opositores recién presentaron la semana pasada, y por separado, proyectos para la reforma política, de modo que apurarse en el debate hubiera significado excluirlos.
La parálisis inaudita de una reforma que todos declaman anhelar como un remedio contra las maniobras fraudulentas nos deja inmersos en la tragedia de un Tucumán edípico.
Los complejos
Por un lado, las pestes que caen sobre esta provincia en los comicios de renovación de autoridades provinciales son el resultado de que la muerte de los sublemas no ha sido redimida.
La ley que habilitó la reforma constitucional concretada en 2006 mandó abolir ese sistema, que conspira contra la claridad de los comicios, porque hace proliferar las listas de candidatos por miles; que conspira contra la representatividad, porque en la provincia de 1,5 millón de habitantes consagra legisladores con 10.000 sufragios; y que conspira contra la libertad electoral, porque el que tiene más plata para armar más listas es el que más votos “colecta”.
Pero como en Tebas, donde pusieron en reemplazo de Layo a Edipo, que no sabía que era hijo del anterior, en Tucumán pusieron el “acople”, que es hijo de la Ley de Lemas, aunque aquí actúen como si no supieran que es tal cosa. Y el “acople” es más de lo mismo. Y la peste de la ilegitimidad recrudece porque más de lo mismo no es lo mismo: es peor.
Casi como si fueran tebanos, los tucumanos advierten que el Gobierno promete una cura que no puede dar. Y cuando otro individualiza el mal (el presidente Mauricio Macri reclamó “el fin de esa cosa rara” que son los acoples en mayo de 2016 a Manzur, ante el vicegobernador Osvaldo Jaldo y todos los intendentes tucumanos), lo consideran una conspiración…
Por otro lado, los trágicos protagonistas del poder político giran en círculos como si no fueran dueños de su futuro, sino juguetes de un destino que no depende de ellos. En el caso del mayoritario peronismo tucumano, la reforma política no avanza porque la frena una ley inexorable del pragmatismo: no habrá nuevas reglas de juego hasta que no se sepa con certeza quiénes serán los jugadores de 2019. Como una némesis de Tiresias, que no veía el presente pero sí el futuro, el gobernador Manzur sólo habla de hoy, pero no de mañana. Y en ese lenguaje poco claro (el de un hombre de poder que no revela si quiere retenerlo), el mensaje es oscuro.
Los jaldistas dan por hecho que se reedita la fórmula y se entusiasman con el almuerzo con delegados comunales en el que el gobernador manifestó que quiere pintadas con los nombres del binomio en todos los pueblos. Sin embargo, el secretario de Trabajo Roberto Palina acaba de sacudir el tablero postulando al senador José Alperovich para la fórmula en 2019. Si bien el titular de la Fotia está diciendo que tiene tantos votos como los Orellana pero que no tiene tantos espacios de poder como los mellizos de Famaillá, no deja de ser cierto que es un funcionario de Manzur que pregona la exclusión de Jaldo de la próxima fórmula.
Manzur, desde Perú, mandó a Palina a trabajar en su cartera en lugar de hacer política, porque las definiciones se tomarán en otros ámbitos. Pero el cimbronazo del sindicalista lo obligó a dar una definición: las candidaturas se resolverán en 2019. Más allá de si será posible o no estirar tanto la cuestión, el gobernador se acaba de notificar que, más cerca del final que del inicio del mandato, las indefiniciones no son “sin costo”.
En broma, el mandatario dijo a los funcionarios que lo acompañaron en el periplo peruano que debía regresar a la provincia porque si deja “mucho tiempo solos (a los dirigentes de su espacio) hacen travesuras”. Pero las “diabluras” locales no proliferan porque él no está, sino porque no se define. Y por eso las reglas también seguirán indefinidas.
Entonces, si bien el Gobierno ha aprendido de Edipo rey y no quiere dictar una reforma política que luego le resulte adversa (no quiere promover una ley con la que después resulte castigado), sí hay algo respecto de lo que, por momentos, Manzur y Jaldo prefieren hacerse los ciegos; y respecto de lo que buena parte del peronismo está a oscuras: saber si los hijos políticos de Alperovich van a matar sus ansias de regresar a la gobernación el año próximo.
En ese punto asoma una tragedia dentro de la tragedia tucumana: las leyes aquí son a medida.
Para más complejos, la oposición. En cambiemos, los legisladores que son hijos del “acople” han llegado a la encrucijada de la reforma política y, en lugar de querer algo distinto que esa “madre electoral” que es la esposa del peronismo, han manifestado que quieren al acople en matrimonio. Eso sí, sólo uno. Como si el hecho de que Edipo hubiera tenido un solo hijo con Yocasta y no cuatro (Polinices, Eteocles, Ismene y Antígona) hubiera sido menos incesto…
El enigma
El trágico Edipo tuvo, en la mitología, su momento de gloria. Se dio justo entre el parricidio y el incesto, cuando enfrentó a la Esfinge (mitad león, mitad mujer), ese monstruo que planteaba enigmas a los viajeros y devoraba a quienes no sabían resolverlos. Su interrogatorio es célebre: ¿cuál es el animal que anda unas veces con dos patas, otras con tres y otras con cuatro, y que, contra la ley general, es más débil cuantas más patas tiene? Edipo contestó “el hombre” (gatea de niño, camina erguido cuando crece y usa bastón en la vejez). Ante el acierto, la Esfinge se mató.
Pero había otro enigma. Menos conocido. Y bastante más artero. Paul Grimal, en su Diccionario de Mitología Griega y Romana, narra que una leyenda más antigua cambia, incluso, el escenario. La Esfinge no se presentaba en el camino, sino en Tebas. En la plaza, a diario, el pueblo se reunía a tratar de resolver el acertijo. Y en la tarde, el monstruo se llevaba una víctima.
La otra paradoja decía: son dos hermanas, una de las cuales engendra a la otra y, a su vez, es engendrada por la primera. Edipo pudo resolverlo: liquidó a la abominación cuando le respondió que las hermanas que se engendraban mutuamente sólo podían ser la noche y el día (cuyo nombre, en griego, es femenino). Reveló el secreto de una paradoja que presentaba como igual (como hermanado) aquello que es distinto.
Si la esfinge descendiera sobre la plaza Independencia a lanzar el mismo enigma, un agravante lo tornaría tal vez incontestable. Porque aquí, la trampa está fuera del enigma. Y dentro de una realidad que muestra como diferente lo que, verdaderamente, no lo es.
En la tebana Tucumán, la llamada vieja política actúa como la hermana de la pretendida nueva política. Y la una y la otra se engendran incesantemente.
Mientras esa paradoja se mantenga irresoluta, la Esfinge (mitad maniobras fraudulentas, mitad representatividad) seguirá devorándonos. Sin un solo día de ayuno…